jueves, 15 de abril de 2010

¡Qué Viva El Muerto!

“La muerte es parte de la vida” dicen los ingenuos optimistas, los religiosos cucufatos, y por supuesto los malintencionados juergueros cuya sed de celebración no se apacigua sólo con algunas gotas de momentos alegres, donde celebrar no sólo es pertinente, sino que hasta imperativo, y que además han traspasado los límites del descaro y están haciendo de los momentos tristes, penosos e incómodos un pretexto más para seguir con el chongo.

Cuando era pequeño - sí, más pequeño - creía que los velorios eran eventos sociales donde la gente se reunía a tomar café y a comer galletitas con mantequilla alrededor de un ídolo de mármol. No eran más significativos que la reunión familiar de los domingos, o la visita de algún pariente o algún amigo de la familia. Eso hasta que un día, en algún velorio, mi padre o mi abuela me explicó que es lo que ocurría en realidad: “Alguien ha muerto” me dijo alguno de ellos. Mi obvia respuesta ante esto fue una pregunta: “¿Qué es muerto?” La respuesta inmediata de mi padre o mi abuela fue: “es cuando uno se va al cielo con Diosito”. Recordé entonces pues que ya había tenidos varios muertos en mi haber: el gatito que se llevo la basura, la cucaracha que encontré en el piso, el ratón, entonces llamado “gatito” por mí, dentro de una taza, entre otros. Por supuesto, ellos nunca tuvieron un velorio y mucho menos café o galletitas. No pasó mucho tiempo desde aquella gran revelación, tal vez horas o minutos, para que ésta misma, acerca de la existencia de la muerte y su rol fundamental para la vida, muriera ahí - Un niño está lleno de preguntas curiososas y de vida, pero muy poco de ideas complejas y de muerte, y así debe ser-. Paso aún más tiempo, no mucho en realidad, tal vez unos 3 o 4 años, y yo ya era todo un chico grande, bueno, no mucho en realidad, y, la noción de muerte se veía aún muy lejana. Sólo era un preadolescente, ni siquiera púber. Me sentía todavía inmortal aunque la muerte rodeaba, lejos pero rodeaba, acompañada, pues, siempre de su buen amigo, el miedo. Es, creo, entonces que comencé a respetarla un poco. Sin embargo, aún me parecía algo lejano, y los velorios seguían significando café y galletitas con mantequilla y, claro, ahora también con muerto incluido. No fue hasta que uno de mis seres más queridos partió que realmente comprendí cuán desgarradora y atroz podría ser la muerte. Finalmente había llegado, la había visto pasar e irse, y me enseño duramente que los velorios son más que café, galletas, y muerto. Había dolor, vacios, y choques con la realidad.
Pasaron 10 años desde mi crudo encuentro con la muerte. He estado en muchos otros velorios – en estos últimos, no recibo ni el café ni las galletas que reparten – y me he llevado una sorpresa al encontrar una constante en la mayoría de estos. Siempre hay un grupito de hijoputas que están fuera del velatorio con una caja de cerveza, “celebrando” al difunto como si se tratase de un cumpleaños, tomando y riéndose a carcajadas sin importarles un reverendo carajo el dolor, y las lágrimas de la familia que sí apreciaba al muerto. Recuerdo perfectamente la cólera y la indignación cuando vi a un grupo similar afuera de donde velaban a mi ser querido en aquel entonces cuando era niño. Esa misma indignación que he sentido recientemente cuando pasé por un velatorio, y vi a este grupo de infelices, tomando y escuchando música desde un celular al costado de éste. Sólo faltaba que uno de estos hijoputas hiciera una hurra diciendo: ¡qué viva el muerto! . Todos ya estaba muy alcoholizados, quiero pensar, para no darse cuenta de tal falta de consideración, y respeto. pienso que si realmente celebraban por la muerte de aquella persona, pues hubiera sido de mejor gusto simplemente no ir, y celebrar y seguir siendo infelicices en la intimidad de sus casas. No entiendo por qué llegar a tal extremo de la insensibilidad.

No comprendo a esos que no se comportan a la altura de la situación. El dolor no puede sacar una risa, y nunca la pérdida de una familia debe ser motivo de celebración, ni aunque fuese la familia de tu peor enemigo. Es misteriosa la muerte ciertamente, pero pienso que más misteriosa es la mente del hombre, y sobretodo la mente de estos hijoputas que no se cansan de joder con sus insensibilidades, su falta de respeto, y, claro, su carencia de sentido común.

sábado, 10 de abril de 2010

Soy

Soy un desastre, un mal trazo, una pérdida de tiempo, un loco a quien ve todo el mundo cuerdo, un vagabundo que se viste de retazos de frases hechas y que, andando por su propio mundo, recoge recuerdos para devorarlos de un solo bocado. Soy un hombre, un alma errante, una blasfemia contra dioses no existentes, un fantasma a quien nadie le teme y que se pasa la vida, sin quererlo, espantando las alegrías y pesares más profundos. Soy un ser, un alter ego, un eterno momento, verdaderamente inexistente, un vacio dentro de otro, una fantasía del padre que nunca tuve y de la madre que nunca me engendró. Soy una palabra, una casualidad, una amalgama de sentimientos nonatos, de afiebradas memorias, de reglas y desconciertos, y de simpleza insustancial. Soy gris, un balance imperfecto, una mueca feliz en el cuerpo de un muerto, un silencioso hablador, un dios dentro de mi cuerpo, un sínico ladrón que le quita las ideas a la vida y al tiempo. Soy yo, soy ahora, soy ustedes.