sábado, 27 de marzo de 2010

Te Amé Primero

Yo te amé primero
Antes que se caiga en pedazos el cielo
Yo te amé primero.
Antes que las margaritas pierdan su color
Yo te amé primero.
Antes que golondrinas prendan vuelo
Yo te amé primero.
Antes que del sol desaparezca el calor
Yo te amé primero.

Eres todo lo que yo amé primero
Pero primero te amé yo.

Mucho antes que las palabras salgan de mi boca
Yo te amé primero.
Antes que las solitarias notas crearan bellas melodías
Yo te amé primero.
Un poco antes de sortear esta suerte que me toca
Yo te amé primero.
Antes que se vuelvan los momentos en eternos días
Yo te amé primero.

Eres todo lo que yo amé primero
Pero primero te amé yo

Amigos que perdí [parte 1]

A veces me pongo pensar en el pasado, que me persigue como sombra, y recuerdo figuras ya casi fantasmales de personas que pasaron por mi vida, o, para no sonar tan egocentrista, de personas, que tuvieron la dicha o desdicha para muchos, de haber pasado YO por las suyas. Escudriñando entre esos recuerdos púberes, llega a mi mente la imagen de un gran amigo, Luis, Pinky como lo llamábamos de cariño.
La familia de Pinky y la mía no estaban muy contentos con nuestra amistad y tal vez tenían razón. Había una complicidad malévola entre los dos que nos llevaban a actos siniestros pero divertidos, debo admitir. Recuerdo con gran nostalgia aquellos días del verano de 2001 cuando en nuestro a fan por aventuras míticas y que hicieran que nuestros nombres fuesen recordados con infame gloria, nosotros, la manchita, salíamos por las calles más alejadas, de nuestras casas claro está, con la ignominiosa empresa de romper timbres a puño limpio. Este acto no sólo era muestra de nuestra posición contra el uso indiscriminado de este aparatejo del mal y lavador de cerebros (…) también lo era de nuestra rebeldía y cavernesca hombría. Era, como lo diría nuestro drugo Alex, tiempos de ultraviolencia. Creo que no había detenido en cuan hijo puta éramos, pero lo éramos juntos y eso solapaba el cargo de conciencia.
Pink era mi mejor amigo. Compañero de travesuras, y de risas repentinas sin sal ni pimienta. En ese entonces la unión entre nosotros era inaudita para muchos ya que en tiempos más tempranos de nuestra niñez no nos llevábamos bien en lo absoluto, incluso nuestro primer encuentro fue de lo más atropellado. Recuerdo bien la escena: yo le puse mi patín en la frente mientras él estaba siendo golpeado por otro chico. Si me preguntan por qué lo hice, no les sabría contestar, mi memoria no llega a tanto, pero les puedo asegurar que al pequeño Luis no le gusto nada eso y bueno nos agarramos a trompadas y terminamos llorando los dos. Sin embargo pasaron los años y cuando nos volvimos a encontrar las cosas eran distintas. Habíamos crecido, y ya no salíamos a jugar, bueno sí, pero la mayor parte nos la pasábamos conversando. ¿De qué? No me acuerdo, no me llega a tanto la memoria, pero sí recuerdo que pasábamos horas de horas.
Mientras nuestra confianza y complicidad engordaban, en nuestras casas crecía la incomodidad de tenernos ausentes tanto tiempo y es que no hay cosa más fantástica para un adolecente en tiempos de ultraviolencia que encontrarSE en otra persona. Así, algunos años pasaron. Nuestros primeros cigarrillos malfumamos y en un año nuevo nuestra primera borrachera vomitamos. Fueron tiempos que iban andando lento y constante, pero como cualquier otro camino se bifurca en un momento, nos tocó irnos por caminos distintos. ¿Cuándo y por qué sucedió eso? ¡¿Quién sabe?! A tanto mi memoria no llega, pero así pasó y dejamos de hablar súbitamente.
Por cosas del destino, si es que existe, a Luis le tocó vivir situaciones duras y penosas, y vaya qué eran duras y penosas, y a pesar de estar, yo, enterado de aquel infortunio que vivía, nunca pude acercarme a él y hacerle saber mi sentir y apoyarlo en ese momento cuando él realmente lo necesitaba. Mi adolecente mente no me lo permitía y es que en esas situaciones sólo podía callar. La última imagen que me llevé de mi amigo pinky es la de él sentado en aquel muro de su casa acompañado de sus verdaderos amigos y saludándome con una sonrisa que no disimulaba bien la tristeza de su alma.
No sé en qué momento nos perdimos en mundos diferentes, no lo sé, mi memoria no me llega a tanto, pero sí sé que ya no podía dejar pasar más tiempo sin contar esta historia esperando que tal vez algún día llegue mi querido amigo Luis a leerla.
¡Qué Dios y tu madrecita desde el cielo te guarden Pink!